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Sybil deseaba poder comunicarse con el doctor Hall. Y ese nerviosismo del que usted habla La pregunta la aterrorizaba. Es especialmente buena con la gente joven.

Sybil lo escuchaba a medias, porque el terror inicial ante la idea de una mujer psiquiatra casi borraba sus palabras. Era un hecho consagrado en la vida de Sybil el que su madre fuera con ella a todas partes, y que ella fuera con su madre.

Su madre, la autoproclamada «gran Hattie Dorsett», era una figura gigantesca, irresistible e invencible. Las daba. Pero las cosas iban de mal en peor. Me enviaron a casa y dijeron que no regresase hasta que estuviese bien. Y es horrible, simplemente horrible. Estoy con mis padres a todas horas. No me dejan apartarme de su vista. Me miran con cara larga. Es realmente muy impresionante.

Estoy sobre un andamio, a tres metros por encima del estrado. Esto me tiene atareada. No, no los recordaba. Tienes dificultades con las que podemos trabajar. En la Biblioteca de la Harney Street, Sybil y su madre fueron a estanterias diferentes, y luego se encontraron en la mesa de la bibliotecaria. Cada vez que Sybil regresaba a casa tras ver a la doctora Wilbur, sus padres la esperaban como buitres. No te consideras lo bastante. Demasiado seria. La doctora Wilbur le aconsejaba: - Vete de casa.

Sybil deseaba hacerlo. Ahora te dice una cosa. De verdad -afirmaba Sybil una y otra vez. Al menos, el lavado de cerebro no tuvo efecto en la misma Sybil. Una paradoja, una burla: el recordar que uno no recordaba.

No pude detenerte. No puedes saltar por esas ventanas. Es irrompible. Pero no era epilepsia. La doctora Wilbur me ha dicho que no tiene nada que ver. Te sugiero que, cuando salgas del Clarkson, vayas a Chicago a que te analicen. La perspectiva excitaba a Sybil.

Es como llevar a una mula de Missouri a un nuevo establo. Primero, tienen que taparle los ojos. Hermano Dorsett, sabes que puedo ser muy persuasivo, incluso dominador. Pero no me opongo a que Sybil vaya a Chicago.

Notando su mirada, el pastor le dijo suavemente: - Tu padre y yo vemos esto desde nuestro propio punto de vista. Debemos admitir que hay otro. Si eso es lo que realmente quieres, no debemos interponernos en tu camino. De todos modos, me ha dicho que la llamase. Era natural que se sintiese despreciada. Desde luego, ambas cosas eran posibles. Sus viejos temores volvieron a sobrecogerla. Hattie Dorsett, relativamente libre de dolor, estaba sentada en la gran tumbona roja de la sala de estar de la casa de los Dorsett.

Palabra por palabra. No la hice. Y sin embargo, no hubo recriminaciones. No hubo un estallido de ira en su contra. La ira era mala. Y era a Nueva York a donde estaba decidida a ir Sybil. Sin embargo, durante el verano de hubo reunido ya el suficiente dinero como para ir a Nueva York a cursar estudios de postgraduada en la Universidad de Columbia y reiniciar su tratamiento con la doctora Wilbur.

El dormir era una pesadilla. Sobre la silla del escritorio estaba su traje azul marino de gabardina. Sus medias grises estaban metidas dentro de los mismos. Fue hasta la ventana. Eran las seis y media. Su cita con la doctora no era hasta las nueve. Mientras tonteaba con la comida, se dio cuenta de que estaba matando el tiempo deliberadamente.

La frase matar el tiempo la hizo estremecerse. Pasando junto a la Schermerhorn y a la redonda capilla de St. La Catedral de St. John the Divine, en la Calle , la intrigaba. El taxi se detuvo repentinamente.

A las ocho cincuenta y cinco se hallaba en el pasillo privado que llevaba al Apartamento 4D. La puerta estaba abierta para que los pacientes pudieran entrar sin necesidad de llamar.

Pero sus ojos, su sonrisa, y la forma en que hace gestos con la cabeza siguen siendo los mismos. No parece haber crecido. Es un rostro que no se acostumbra a ver en las calles de Nueva York. Se detuvo. Pero no estoy segura. La doctora Wilbur estaba complacida. A veces un paciente ya da una pista de lo que le sucede en la primera visita. No puedo describirlo. Sybil estuvo de acuerdo. Estaban intactas, tal como recordaba haberlas guardado. Ahora, ni siquiera encontraba la mitad que faltaba.

Una no puede fiarse de ellos. Cualquiera puede arreglarla. Quiero mirar bien tu mano. No te has cortado. Anda, si todo el mundo sabe que vivo en Willow Corners. Tommy dijo: «Saltemos al granero. Los otros chicos escaparon a la carrera. Rachel y yo, no. Ella fue en busca del doctor Quinoness. No nos fuimos: Le ayudamos a sacar el arma y a poner una manta sobre Tommy. Lo comprendo. Veo sangre. Sangre y muerte. Te pone triste. La ira. El terror. La profunda desconfianza hacia la gente.

Y todo aquello daba vueltas en la torturada mente de la paciente como un oscuro residuo en un pozo turbio. Soy Peggy. Eso puede verlo. Puede verlo. En realidad, soy Peggy Baldwin. Me gusta pintar en blanco y negro. No pinto tanto o tan bien como Sybil. Vaya, pues es la otra chica. Hubo un repentino movimiento. Esta vez la doctora supo ver la diferencia.

Hablemos de lo que ha pasado. Estabas en un estado de consciencia diferente. Tuviste lo que llamamos una fuga. Se puede tratar. Ella ellas estaba estaban viniendo ahora tres veces por semana, por las vacaciones de Navidad Peggy Lou Baldwin Era Sybil. Sybil, tranquila; Sybil en calma. Es que Pero estabas en uno de esos estados de fuga, y no lo recuerdas.

Pero Sybil, cambiando astutamente de tema, no le dio oportunidad a la doctora. Y ahora, hay algo que quiero decirle. Algo de lo que realmente necesito descargarme. Ese hombre no tiene idea alguna de lo que es el arte moderno. Ni tampoco tuvo oportunidad de ello durante la siguiente cita. La doctora no tuvo dificultad alguna en reconocerla. Entonces, estaba irritada. Peggy hizo una pausa. La respuesta es: Sybil. Siempre tengo que acudir en su defensa.

No se puede irritar, porque su madre no la deja. Creo que no hay nada malo en enfadarse, si una quiere hacerlo. Me harta. Ella se rinde, pero yo no. Somos totalmente distintas. Y la forma de mi rostro. Hay cosas que no puedo decirle. No puedo.

Es como los centinelas que rodean el palacio. Yo en cambio no. Y nadie puede obligarme. Nos conocimos en Omaha. En la ventana. En cualquier caso, las preguntas llegaban a su mente urgentes y acuciantes. Y era muy joven.

La casa era el hogar de Sybil. Quiero hacer lo que quiero hacer. Todo era muy diferente a Willow Corners. Pero su casa estaba en Willow Corners. Salieron dos hombres. Las risas la asustaban. Muy independiente. No iba a soportar nada de nadie. Le gustaba comer. No le gustaban demasiado las novelas de doctores, pero a Sybil le encantaban. La gente. Estaba rodeada por cosas desconocidas. Todas ellas estaban cerradas. Le gustaba el sonido del cristal al romperse.

Es mi coche. No se crea que la voy a dejar marchar. A Peggy no le gustaba encontrarse sola con aquellos hombres. Desde luego, no iba a hablarle de la otra chica. Maldita sea. Peggy estaba loca de rabia. Usted es Sybil I. Hay algo raro en todo esto. Firme esto. Aquellas palabras atemorizaron a Peggy. Ya me la ha pagado.

Pero no me ha pagado las molestias El resultado era hermoso, simplemente hermoso. Estaba mal llevar joyas. Y no obstante, le gustaban las cosas hermosas. Gruesos y prominentes. El tipo de labios que tienen los negros. Los estudiantes estaban reunidos en grupos, hablando de todos los temas concebibles. No lo estaba. Ni hablar de ello. Peggy deseaba que Sybil encontrase a alguien que les pudiese gustar a las dos.

Dijiste que no ibas a venir. Me alegra que hayas cambiado de idea. Laura era otra de las amigas de Sybil. Pero estoy hablando de las pinturas de Rubens, de Rembrandt, y de otros maestros. Las risitas de Laura Hotchkins se convirtieron en una risita incontenible. Puedo ver el cristal. Voy a romper el cristal No quiero quedarme. Me duele la cabeza. Me duele la garganta. Usted no es la doctora Wilbur.

Tengo que encontrarla. No me gusta la gente, los sitios, ni nada. Quiero salir. Puede ver a toda esa gente. No me gusta la gente, los sitios ni nada.

Por favor. Nunca lo has intentado. Piensan que no sirvo para nada, que soy rara, y que mis manos son raras. Nadie me quiere. Me duele. Me duele mucho. Y las manos duelen.

Manos que se te acercan. A nadie le importa. Y una no puede hablar con cualquiera. Puedo ver el garaje. Quiero entrar en el garaje. Yo deseo importarle a alguien un poquito. Una no puede amar a alguien cuando no le importa ese alguien. Y por eso me duele. Porque eso representa mucho. Mueves bien los dedos. De hecho, ambas abuelas: la abuela Dorsett y la abuela Anderson. Oh, recuerdo algo. Era muy traviesa. No estuvo bien. Mi madre me dio una soberana paliza. Ahora, dime si las manos te molestan.

Bueno, no en especial. Lo vi. No hay nada raro en ello. Tommy Ewald. Fue un accidente. Por esa puerta. Se presentaban en forma diferente. Incluso sus edades eran diferentes. Pero en cambio, se irritaba. En lugar de emplear los circunloquios habituales en Sybil, dejaba correr libremente su terror. La mente de la doctora Wilbur estaba repleta de especulaciones, insistentes pero vagas. Peggy no se queda quieta sentada. Peggy no lee. La voz de Peggy no tiene ese tono cultivado. Tiene que ser Sybil.

Pero Sybil no. Estaba tan enferma que no pudo venir. Soy Vicky. Unos zapatos verdes realzaban el efecto total.

Todo un estudio en verdes. Este tono debe ser relajante para sus pacientes. Sybil estaba enferma. Me puse su vestido No hubiera sido apropiado, porque tengo una cita para ir a comer. Hubo una pausa. La doctora dio unos golpecitos con su cigarrillo contra el borde de un cenicero. Debo admitir que suena presuntuosa.

Pero veo todo lo que hacen todos. En ese sentido especial soy omnisciente. Y la gente feliz no tiene mucha historia. Vengo del extranjero. Mi nombre completo es Victoria Antoinette Scharleau. Vicky para abreviar. Entonces, viviremos juntos. No son como otros padres. Realmente horrible. Es realmente asombrosa la forma en que se pasa todo el tiempo preocupada. No come lo suficiente, no se permite disfrutar lo que debiera y, en general, se toma la vida demasiado en serio.

Algo que lleva muy dentro. Hay dos Peggy. Pero ambas son muy combativas. Cuando Peggy Lou decide que va a hacer algo, lo hace de una forma muy cerril. Pero Peggy Ann tampoco lo sabe. Todo esto es muy curioso. Pero es un estado mental. Las dos cabezas. Esta soy yo con mis rizos rubios. Esta es Peggy Lou. Su cabello es negro. Para dibujarla no es un inconveniente el no tener carboncillo. A Peggy Lou no le gustan las complicaciones ni perder el tiempo.

Son muy parecidas. Pero Sybil pinta mejor que yo. Mi punto fuerte es la gente. No le tengo miedo, porque mi padre y mi madre siempre fueron muy buenos conmigo. Me gusta hablar con la gente y escucharla. Supongo que la mayor parte de mis amistades son debidas a que comparten estos intereses.

Me encanta leer novelas. Es de Elizabeth Jenkins, y acaba de salir. Atraviesa en silencio toda la novela montada en un Rolls-Royce. Supongo que es debido a que me encuentro muy a gusto con la gente de la buena sociedad. Supongo que se debe a mi procedencia. Pero no crea que soy una snob. No hablo de escapismo. Una no puede escaparse con los libros. Ya le he dicho que tengo una cita para ir a comer con una amiga.

Es Marian Ludlow. Vamos a ir a comer al Restaurante Fountain, en el Metropolitan. Luego, veremos las exposiciones. Marian respira cultura y es impecable en su trato social.

La educaron en una casa del lado Este de la ciudad. Sybil no es una femme du monde, una mujer de esprit. Ya sabe que Sybil siempre teme no mostrarse lo bastante amable. Fue el inicio de nuestra amistad.

Y, ahora, somos muy buenas amigas. Yo sigo mi propio camino. No sabe nada de las Peggy. Pero eso no le impide conocer la imagen de una persona como yo Sybil y Peggy Lou. Ahora, Vicky y Peggy Ann. Cuatro personas en un solo cuerpo.

Quisiera hablarle a Sybil acerca de ti y de los otros. Pero vaya con cuidado. No le diga demasiado. Pero Sybil no me dio oportunidad de ello.

Personas por derecho propio. Tengo que ir al Metropolitan a encontrarme con Marian. Bueno; tengo que irme. Y, por favor, piense que puede contar conmigo siempre que necesite. Al menos, no creo serlo. Creo que juntas podremos llegar al fondo de este asunto. A la doctora Wilbur le gustaba Vicky. Tanto para Marian como para Vicky, los muebles antiguos eran el pasado hecho tangible, el espejo de una forma de vida desaparecida que a las dos les agradaba mucho.

Las mesas Heppelwhite, las sillas y otros muebles Chippendale llenaban sus conversaciones. Marian Ludlow estaba sentada en una de las mesas a la derecha de Vicky. Tendremos que regresar en verano, y verlo por nosotras mismas.

Atravesaron la inmensa sala hacia el mostrador del autoservicio. De vuelta a la mesa junto al estanque rectangular, Vicky y Marian hablaron del arte de tejer seda en Francia, el tema de una tesina que estaba preparando Marian. No comiences nunca. No es uno de mis vicios. Eso nos da el tiempo justo para ver «La palabra se convierte en imagen». Siempre te has mostrado reticente acerca de ese tema, Sybil.

Paul, Minnesota. La mayor parte eran esfuerzos cooperativos de varias de las personalidades. Vicky y Marian cenaron a una hora temprana en el restaurante de la terraza del Butler Hall, un hotel de apartamentos cercano al campus de la Columbia.

Y los recuerdos despertaban viejos y no solucionados terrores. Vicky siempre disfrutaba con aquella clase. Esta noche estaba haciendo una gargantilla de eslabones de cobre y ayudando a Marian en un zarcillo de plata. Esas cosas no molestan a nadie. Era un dibujo de Vicky. Voy retrasada para una cita con el peluquero. Quiero que te lo quedes. Todo es tan irreal Regresa a la mesa.

Trata de estudiar. Estudiar para el examen. Mitchell, de la Universidad de Pennsylvania. Los libros hablaban de las personalidades secundarias, formas de comportamiento y adquisiciones. Fue Vicky. Era un buen inicio, pues Vicky afirmaba conocerlo todo acerca del caso. Es debido a que tiene miedo a acercarse a la gente. Todo esto le ha dado miedo. Todo esto la ha convertido en una persona triste y solitaria. Yo puedo hacer lo que quiero, porque no tengo miedo.

Siente un dolor casi constante en la cabeza y en la garganta. No puede llorar. Tuviste otra fuga. No hago nada. Lo dejaba correr. Me maltrataba. Sigo sin saberlo. A otras personas les ha pasado lo mismo.

Podemos cuidarnos de ello. De nuevo, la pregunta era un simple eco. Stevenson no era un psicoanalista. Los hechos son bastante diferentes. No tienen un lado bueno y un lado malo. No se hallan divididas por un conflicto entre el bien y el mal. No tengo derecho a tiempo extra. Declarar que no eres digna de algo.

Esa es una de las razones por la que necesitas otras personalidades. No hay nada de lo que debas tener miedo. Es muy autoafirmativa. Es una persona segura, que sabe lo que se hace, responsable, encantadora. Estoy bien. Era Teddy Reeves. Realmente, ha estallado. Vicky, otra pasajera invisible en el coche de la doctora, estaba impaciente porque llegase el momento de hablarle a Marian Ludlow sobre las viejas casas prerrevolucionarias.

Willow Corners se alzaba en las llanuras del Suroeste de Wisconsin, cerca de la frontera de Minnesota. El fanatismo era desenfrenado, y el pueblo, aunque fuese farisaico en sus expresiones, era a menudo cruel en su comportamiento. Unos grandes arces daban sombra a la parte delantera de la casa. Los escalones de la puerta de la cocina de los Dorsett daban a ese sendero de cemento.

Nos daba muchas cosas Hattie no estaba enamorada de Willard y se lo dijo. Era bueno con ella, y ella trataba de corresponderle. Pero, si bien en un momento Hattie expresaba unos grandes y urgentes deseos de tener un hijo propio, al siguiente instante aireaba sentimientos opuestos.

En otras ocasiones, Hattie estaba determinada a llamar a su hija Peggy Louisiana, que luego fue a menudo abreviado a Peggy Lou, Peggy Ann, o simplemente Peggy. Tengo miedo de que se pueda llegar a romper. Por su parte, Sybil, mal alimentada, lloraba. A medida que pasaba el tiempo, a Hattie le fue importando cada vez menos el complacer a Willard.

Y en el santuario del alojamiento de la abuela tuvo muchas vivencias Con todo, cuando el abuelo llegaba a casa, era la misma Sybil la que daba por terminada la visita. No le agradaba su abuelo, un hombre robusto y fuerte, al que le encantaba jugar con rudeza. Ya ha terminado la ceremonia. Puedes venir con nosotros al cementerio. Estaba alterada.

Juntos, permanecieron a unos tres metros de la tumba de su abuela, en silencio bajo el encapotado cielo de Wisconsin. Y el que se hallaba sentado sobre el tronco, dijo: Mirad, hago que todas las cosas sean nuevas. Y dejaba que Sybil dibujase, y Sybil coloreaba los dibujos, limpiamente. Su abuela estaba dormida. Aullaba sobre el suave gemido de su abuelo. El amor es la abuela. Estaban enterrando el amor. Se hallaba ya junto a la fosa, con su cuerpo dispuesto a saltar al interior de la misma, para unirse por siempre a su abuela.

El viento aullaba. Ni viento. Ni cielo. Las coronas de flores eran pizarras. La maestra, que hablaba con rapidez y cortas frases nerviosas, era alta y delgada. No era la maestra de Sybil. Las ventanas de la sala daban al Este, y no al Oeste, como las del aula de tercer grado. Betsy Bush, tranquila y confiada como siempre, estaba agitando la mano como era su costumbre, para contestar a la pregunta de la maestra. Sus ojos descendieron hacia sus ropas.

Faltaban dos minutos para las doce. Sin embargo, los chicos se abalanzaron como locos hacia el vestuario, gritando y riendo. La forma en que actuaban los chicos era asombrosa y aterradora.

Le sentaba perfectamente. En la esquina del otro lado de la calle estaba la gran casa con las persianas negras, su hogar. Colores rojos, verdes y amarillos, desconocidos, saltaron hacia ella. Llegas tarde. Evidente, hoy su madre la apreciaba. Su padre estaba en el solario, leyendo una revista de arquitectura mientras esperaba la comida. No era de ella. Esa es Nancy Jean. La ganaste en un concurso. Estabas muy excitada con ella. Sybil no dijo nada. Sin embargo, esta vez no iba a hacer preguntas.

El familiar ruido que siempre acababa con sus visitas a la abuela. Era su abuelo, con su metro ochenta de altura, su barba de chivo y su cabeza calva. Pero la abuela estaba muerta. Su padre bendijo la mesa. La bandeja de las patatas fritas dio dos vueltas a la mesa. Quedaban algunas. Estaba hablando de Alfa y Omega, el principio y el fin. Hoy he tenido una carta de Anita. Estaba comenzando a sentirse confusa. Esa es una pregunta tonta. Hoy pareces diferente.

Tropieza con todo. No lo pareces. Me encanta que las chicas vuelvan a verme. Luego, pasaron a los decimales y Sybil tampoco pudo entenderlos. Para ella, estaba ya comenzando a saberlo, el ayer era nunca. No era una experiencia totalmente nueva. Estaba en el quinto curso y no recordaba haber pasado por el cuarto.

Pero no puedo hacer el trabajo. El ayer estaba en blanco. En la hora del recreo los chicos salieron corriendo al campo de juego. El quedarse fuera era una nueva y terrible experiencia. Se sentaron en los escalones delanteros de la casa de ella, y hablaron. Era como si se hubiera hallado al lado de esta otra Sybil, caminando junto a ella.

El pueblo no era el mismo. Eres una chica mala Eres brillante. Y estaba sola. Nos veremos. Al principio, ni siquiera se dio cuenta de que Danny ya no estaba a su lado. El pueblo quedaba desierto. Es una persona que usted no conoce de antes. Ya sabes que no eres muy fuerte. Espero un paquete de Elderville. Vicky fue. Caminaron en silencio, con la mano controladora de Hattie manteniendo asida a la hija putativa.

Pero Vicky no dijo nada. Cree que no tienen clase, ni estilo, ni son de buena familia. Ahora que ya lo sabes, podemos regresar. Por otra parte, Sybil, en pie junto a la fosa, estaba irritada. Es triste que Sybil no sepa nada de la gente que vive en su interior. Estaba segura de que formaban parte de distintos mundos. En cuanto a los padres de Sybil Es tu edad que comienza a actuar. Es simplemente horrible. Y Mary deseaba alejarse.

De pronto, la mitad del rostro de Sybil y el correspondiente lado de sus brazos se quedaban entumecidos. Notaba una debilidad en un costado, que no siempre era el mismo. Willard y Hattie se negaron a llevarla. El padre y la hija practicaban juntos, y luego dieron recitales.

Vicky era la que se ocupaba de la historia, del mismo modo que Peggy era la encargada de las multiplicaciones. A veces hacemos cosas juntas. Son personas. Puedo hablarle de ellas. Nadie ha dicho nunca eso. Pero, Vicky, cuando la gente tiene la misma madre, o bien son la misma persona, o son hermanos.

No dije que deben ser hermanas. Pero pueden serlo. Usted es solamente la doctora Wilbur, y yo soy solamente Vicky. Seamos honestas la una con la otra. Yo soy yo. Usted es usted. Pienso, luego existo.

Mary estaba en silencio. En formas sutiles. Ya sabe todo lo que representa un apartamento nuevo. Pero lo cierto es que tampoco salgo mucho. A veces, voy a un museo o una biblioteca. Eso es casi todo lo que hago. Apenas si salgo del apartamento.

Pinto un poco. Usted era una amiga. Necesitamos amigas. Teddy Reeves conoce mi nombre y puede diferenciarme de los otros, pero Laura Hotchkins piensa que soy Sybil. A veces me siento muy sola. Por una parte, no tengo la ropa adecuada. No puedo competir con ellas. Soy lo que soy. No hay pasado. El pasado es el presente cuando una lo lleva consigo. A casa, que es donde debo estar.

Deseo tranquilizarlo acerca de muchas cosas. Mire, Sybil no demuestra que puede hacer las cosas mejor. En el amplio campo de batalla del mundo, una debe intentarlo. Un vivac es cualquier acampada. La palabra no importa. Eramos soldados de una batalla perdida. Please note that the tricks or techniques listed in this pdf are either fictional or claimed to work by its creator. We do not guarantee that these techniques will work for you.

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